- EN RUTA


Es increíble.- murmuró Mariana mientras intentaba abarcar con la vista las vastas llanuras del Valle del Rift. Hacía apenas cuatro horas que habíamos salido de Nairobi en la ruta Memorias de África (Clásica) de Kananga y ya teníamos la sensación de estar viendo con nuestros propios ojos algunas de las escenas de esta conocida película. Las praderas de delicados tonos ocres se extendían entre las últimas brumas de la mañana hasta la línea del horizonte, donde se adivinaba el perfil de las lejanas montañas hacia las que nos dirigíamos.













Si – respondí  ensimismado mientras, inconscientemente, venían a mi mente las primeras notas del tema principal de la película.  Luego, tras desayunar en aquel espectacular mirador y charlar un rato con los lugareños, partimos de nuevo hacia el lago Nakuru en nuestro camión y me quedé dormido arrullado por el leve rumor del motor. Y creo que entonces soñé con un viejo biplano amarillo y negro, sobrevolando las enormes llanuras de África.



- LAS GRANDES MANADAS 


Tras unos días de safari, todos acabábamos por tener un animal favorito. Entre los números uno de todas las listas solían encontrarse, por supuesto, los felinos. Y la verdad es que era difícil no caer rendido ante la majestuosidad de un león, el porte distinguido de un leopardo o la elegancia de los guepardos caminando por la sabana. Sin embargo, algunos terminamos por tener gustos un tanto particulares. Bego se volvía loca en cuanto veía una jirafa, mientras que Javier, nuestro guía, era un admirador confeso de las hienas. A mí, lo que realmente me fascinaba eran las grandes manadas de Ñus. Hileras interminables de animales que se perdían en el horizonte, levantando a su paso enormes nubes de polvo. Avanzando al trote nerviosos, imprevisibles, en manadas de cientos, de miles de ellos hacia el sur en busca de nuevos pastos, como aquellas manadas de búfalos que surcaban las llanuras del Oeste americano hace casi dos siglos. ¿En qué otro lugar del mundo es aún posible ver un espectáculo semejante?




- MASAIS



Habíamos visitado su poblado la tarde anterior y por la mañana nos guiaron en una excursión hasta las montañas próximas, justo en los límites del parque Masai Mara. Allí habíamos visto una manada de cebras y ellos habían intentado enseñarnos (sin mucho éxito) a utilizar sus lanzas, así como a tirar con el arco. No era fácil comunicarse con ellos. Nosotros apenas sabíamos cuatro palabras en swahili y algunas menos aún en masai. Por otro lado, sus conocimientos de inglés tampoco se puede decir que fuesen muy extensos. Pero al final, terminábamos por entendernos. Así que cuando de vuelta al poblado, aquel joven guerrero me indicó un árbol colina abajo e imitó el gesto de correr señalándome a mí y a sí mismo, comprendí perfectamente. Sus sandalias no parecían rivales para mis recias botas de montaña, así que asentí riéndome y comencé a correr hacia el árbol con todas mis fuerzas. Llegamos abajo jadeando exhaustos, riéndonos y dándonos palmadas en la espalda, felicitándonos por la carrera. Que ganó él, por supuesto.     




   

- HISTORIAS JUNTO AL FUEGO


Una de aquellas noches nos sentamos junto al fuego un poco más allá de las tiendas de campaña, en el corazón del Parque Nacional de Serengeti. Cansados pero alegres tras un magnífico día de safari, la suerte no había dejado de acompañarnos en ningún momento y ahora, mientras compartíamos unas cervezas, rememorábamos lo visto y vivido durante el día. Elefantes atravesando majestuosos la sabana. El lento trote de las jirafas entre las acacias. Una pequeña cría de león jugueteando junto a su madre dormida. Manadas de búfalos y también un viejo y solitario leopardo subido a la rama de un árbol observándonos con sus enormes ojos azules. Incluso en ese momento, escuchando las historias que contaba Javier en voz baja en torno al fuego, nos sabíamos rodeados de toda aquella naturaleza exuberante en estado salvaje. De pronto comenzamos a escuchar un lejano rumor en la distancia. Javier guardó silencio y pudimos oír con claridad cómo el ruido se iba haciendo más y más fuerte. Entonces se puso en pie, encendió su linterna y alumbró con ella en la oscuridad tras nuestras espaldas. Y de pronto las vimos. Cientos de cebras trotando, galopando  en mitad de la noche apenas a unas decenas de metros de nosotros con sus enormes ojos brillando como estrellas fugaces en la oscuridad. Y en ese momento todos nos sentimos un poco más pequeños, más insignificantes. Y tal vez, también un poco más tristes.

 



- BUSCANDO UN BAOBAB


Bueno, supongo que es hora de ir buscando un baobab.- dijo Mariana suspirando. Paseábamos después de comer por la tranquila playa de Kizimkazi, en el sur de Zanzibar mientras mirábamos distraídos los viejos dhows de los pescadores varados en la arena. En menos de dos días estaríamos de vuelta en casa.


¿Un baobab? ¿Y eso?- pregunté. -¿No te acuerdas? Quien duerme bajo un baobab siempre acaba por volver a África. La miré sonriendo. -Y supongo que querrás que encontremos uno para echarnos una buena siesta bajo sus ramas, ¿no?- Entonces ella me guiñó un ojo y tiró de mi brazo hacia las calles del pueblo, preguntando a los niños por uno de aquellos árboles tan bellos y tan extraños. 




- AFRICA EN EL CORAZÓN



Finalmente no logramos encontrar ningún baobab en Kizimkazi o en sus alrededores. Tampoco al día siguiente, en Stone Town, cuando vimos por última vez el sol ponerse sobre el Índico, así que de momento seguimos sin saber si es cierto que quien duerme bajo sus ramas, termina siempre por volver a África. De lo que sí estamos seguros es de que volveremos. Porque África es, con sus luces y sus sombras, un continente fascinante que se queda grabado a fuego en el corazón y que a veces, cuando cierras los ojos, vuelves a recordar con una nostalgia implacable. Y sé que algún día no podremos resistir por más tiempo la llamada. Sé que algún día volveremos.